miércoles, 9 de enero de 2013

El cartel de Bersani

Bersani junto a la Bocca de la Veritá
Recupero la tradición de escribir por aquí echando un vistazo a Italia, ese país que un día nos dijeron que íbamos a superar a base de puntos del PIB y que hoy nos pone como colchón entre ella misma y el abismo. Su política nos llega siempre como un cóctel circense con peligros impredecibles, algunos de los cuales hemos copiado como si fuéramos conscientes de que nos miramos en el mismo espejo mediterráneo. Un día hubo allí un empresario que dijo que una nación era como una empresa y que el mejor para dirigirlo era el más poderoso y rico de los amos, que obviamente era él. Le votaron y le soportaron los italianos, también le tiraron objetos a la cara aunque le envidiaban sus correrías eroticofestivas. Al final su egocentrismo pisó los terrenos de otros más poderosos que él y sus escupitajos le cayeron en su estirada cara. Le quitaron desde la Europa de los euros porque no servía para la causa y pusieron allí a un tal Monti que pisaba moqueta política con la etiqueta de no ser político. Criticar la política de Italia lo hace cualquiera, pero Monti en cierta medida lo hizo para quedarse dentro de ella: ahora quiere que la vergüenza de ser primer ministro si haber pasado por las urnas, demostración de que eso de la democracia existe como existe y solo si interesa, se borre de un plumazo con el apoyo a posteriori del electorado. Vamos como aquellos que quieren ocultar su corrupción pasada con los votos del presente. Y esa derecha o centro-derecha se pega entre ella con una macedonia de partidos, algunos con los recuerdos del fascismo muy presentes, que demuestran que además de circo allí hay un puzzle.
Y luego está la izquierda que se muestra bastante unificada alrededor del Partido Democrático (PD) y en el que convergen excomunistas, exsocialistas, exsocialcristianos... vamos una compota que se enfrenta a la macedonia y que también genera situaciones curiosas. La más peligrosa, tal vez, sea la posible inclinación a pactar con Monti tras las elecciones, lo cual sería un ejercicio de "arrinconamiento" hacia el empresario de las juergas pero un terrible problema para quienes creen que con Monti no se puede pactar nada puesto que en su política económica solo hay recortes de derechos y de servicios, así como un programa fiel a las instrucciones del Banco Central Europeo, curiosamente dirigido por un italiano, y de la canciller Merkel. Esa indefinición del PD, que sí propone algunos cambios significativos con respecto a la política recién puesta en marcha en aspectos laborales, pero que le hace no profundizar demasiado en mostrar grandes diferencias con respecto a su recién llegado rival, como si tuviera miedo a esos agentes externos y al más peligroso de los internos: el Vaticano. 
Y liderando el PD está Pier Luigi Bersani, un filósofo metido a político, que fue trotskista antes que eurocomunista y ministro antes que candidato, que titula su campaña con el lema "L`Italia Giusta" (La Italia justa) la cual ya ha echado a andar con unas primarias (de las que había que copiar en algún sitio) y con unos cartelones que se encuentran en casi cada rincón del país. Bersani aparece en la imagen mirando a sus posibles electores mientras cruza sus manos casi en posición de rezo, en realidad más que pedir el voto parece que se está confesando, no sé si lo hace para engatusar a la gran cantidad de población italiana que huele a incienso de misa, pero la casualidad en publicidad no existe. Tampoco puede escapar el protagonismo de su reluciente anillo de casado, que una cosa es una cosa y otra es otra. Fiel esposo, obviamente de una mujer, arrodillado y sin estridencias. 
Ni qué decir tiene que uno prefiere la victoria del filósofo, pero con ese hormigueo del que no confía nada en el buen perder de los elegidos por los inversores y poco en una izquierda que se pone a rezar antes de que tenga que pedir perdón.