miércoles, 29 de febrero de 2012

Lo que cuestan las cosas...

La afición por las tijeras que recorre el viejo continente hace que los escalofríos invadan a la gran mayoría de los que habitamos estas tierras, sin embargo, hemos estado escuchando con la persistencia de un martillo percutor la bondad de controlar el déficit, da la sensación que, de repente, nos hemos convertido en expertos en macroeconomía que hasta entendemos que la gran máquina estatal debe llevar los deberes bien hechos a los padres superiores, esos que manejan el cotarro de verdad en los despachos de los organismos que funcionan como las cámaras del dichoso Gran Hermano.
Lo del déficit es una gran mentira que hemos apuntalado desde la izquierda, como es una gran mentira afirmar que un estado debe funcionar como una casa y hay que aplicar eso de "no se puede gastar más de lo que se ingresa". Básicamente no es así porque los instrumentos económicos que tiene un país no son los mismos ni funcionan igual que los de una economía doméstica. Claro que la gente entiende mejor las frases cortas y casi indiscutibles que desde el liberalismo extremo mezclado con el conservadurismo político se vierten a modo de dogma.
Siempre quedará Forges
Ahora vete tú a rebatir esas frases con argumentos engorrosos cuya finalidad es dejar claro que llevamos razón, eso sí después de que una gran parte del auditorio se haya largado a otros espacios más confortables. Y mucho menos van a entender esos argumentos si recuerdan aquello de "bajar los impuestos es de izquierdas", una de esas grandes cagadas históricas con la que nos hemos adornado en los últimos tiempos.
Si realmente un país fuera una casa, España sería una con gente en el paro o trabajo precario, en la que el futuro debería ser la formación y ponerse al día en las necesidades y posibilidades de quien quiere trabajar. Vamos que si nos ofrecieran un buen trabajo con la necesidad de saber inglés y tener un coche para desplazarse tendríamos muy claro que habría que pagarse una academia y comprarse un vehículo. Claro que si realmente fuera una casa eso sería imposible o casi imposible.
Pero un país es un país y tiene instrumentos distintos a los de una familia y puede invertir en formación (enseñanza), infraestructuras, servicios sociales, sanidad... para mejorar la calidad de vida, no solo la preparación, de sus ciudadanos y ciudadanas. Y como todo eso cuesta hay que utilizar el déficit como un recurso más. No se trata de acabar en la bancarrota, pero sí en gastar en cosas que son necesarias.
Hace unos años cuando todos los países tenían que hacer un esfuerzo económico para entrar en el dichoso Euro, la Unión Europea, en esa afición por controlar y uniformar utilizando lo artificial, obligó a que todo el mundo no superase el 3% de déficit. Hoy nuestra Constitución, secuestrada a golpe de orden berlinesa, habla de un 0,4. Vamos que hemos renunciado a aprender inglés y a tener nuevo coche.
Pagar impuestos es de izquierdas y es necesario, y todo el mundo tiene que pagar. Y es que tenemos que saber lo que valen las cosas porque si no las pagas no las valoras, entonces lo que hay que hacer es unir claramente lo que significa contribuir con los servicios que se reciben, y hacerlo sin complejos, y más ahora que van a escasear los servicios y van a subir los impuestos porque da la casualidad que Rajoy los sube después de haber estado diciendo que eso era una barbaridad. Claro que lo hace utilizando a su manera el elemento de la progresividad (en su caso diría que es regresividad) que es donde está la clave de la justicia fiscal y a la que la izquierda debería agarrarse como suya propia.
Cuando la izquierda hace cosas de derecha (vease el apoyo socialista a las SICAV o algunas medidas fiscales) acaba perdiendo credibilidad puesto que, al final, entre la copia y el original se prefiere el original. Ahora la derecha sube impuestos que no va con ella... aunque de paso ha limitado los sueldos a los directivos de empresas públicas ¿era tan difícil que esto se le ocurriera a otros?. Ya nos vale.

martes, 28 de febrero de 2012

Hablemos de política

Comienzo esta nueva reflexión con dos anécdotas relativamente recientes. La primera tuvo lugar en una asamblea local de un partido político de izquierda; al acabar, uno de los miembros de la ejecutiva dijo en tono bastante audible "la política para el político y para nosotros el botijo" y tras ello echó mano al botellín de cerveza que tenía a su lado y entre las risas de su interlocutor le dio un tiento. La segunda de las anécdotas es, básicamente, una repetición de situaciones: un grupo de profesores nos reunimos de vez en cuando para analizar películas y ya va siendo habitual que acabemos, casi de forma acalorada, hablando de las dos Españas, de izquierdas y de derechas. Y da igual que la película sea española o danesa.
Para algunos esto sería un gran debate político
¿Cómo es posible que una persona que representa en su barrio a un grupo político no quiera ni hablar de política? ¿y por qué un grupo de gente, en principio instruida, acaba hablando de forma agria sobre política buscando ideología en cualquier escena cinematográfica?
En España aún estamos pagando años en los que la consigna gubernamental era desmovilizar, en donde no se podía hablar de política e incluso estaba mal visto. Pero también de siglos en los que dos maneras de ver la realidad, la historia y el futuro de este territorio se enfrentan de forma constante. Dirán algunos que no tenemos término medio. Es posible.
Debatir y hablar de política suele molestar a quienes no quieren enfrentar ideas y no nos engañemos, la derecha quiere acabar con las ideas (por lo menos las ideas molestas) y, por eso, todo aquel que dice eso de "no hay ni izquierdas ni derechas" acaba votando, si vota, a los partidos conservadores. Sin embargo, la izquierda tiene que sacar la política a la calle, no con estridencias, pero sí para que la ciudadanía conozca propuestas y, sobre todo, haga propuestas. Hace tiempo oí a un candidato a no sé qué puesto decir algo así como "tenemos que sentarnos frente al ciudadano y explicarle lo que queremos hacer" y todo el mundo le aplaudió. Pues creo que el camino es otro: hay que sentarse y que los ciudadanos digan lo que quieren que se haga. Obviamente dentro de un espacio acotado, a veces flexible, que es el de la ideología que impone las líneas rojas.
Fuera de los partidos pero también dentro. El debate interno es imprescindible, pero dando protagonismo a los niveles inferiores de la pirámide de la militancia y en esto el movimiento 15M ha aportado mucho que deberían asumir las organizaciones políticas que hablan de izquierda en cualquiera de sus variantes, a mi me gusta hablar de izquierdas. Hay quienes optaron por darle a ese tsunami social que ha vivido nuestro país un valor meramente reivindicativo contra la acción de unos gobiernos. Y se equivocaban. Otros quisieron minusvalorarlo ofreciendo propuestas electorales cercanas a algunas de sus grandes reivindicaciones. También se confundieron. Algunos le acusaron de estar detrás de la victoria electoral del conservadurismo en las últimas elecciones generales. No creo que acertaran. Hubo quienes decidieron fagocitar el movimiento llevando a sus militantes a las asambleas o fagocitando a los militantes del movimiento para incluirlos en sus estructuras. Erraron por completo.
Los partidos políticos tienen que hacer su particular 15M llegando a la base y logrando que de ésta partan las principales iniciativas, las estructuras de partido tienen que ser correas de transmisión de soluciones a necesidades basadas en un concepto de sociedad: ya hablé arriba de qué es lo que tiene que acotar ese concepto. Los grupos políticos no solo deben ser casas con paredes más transparentes, también con más puertas y ventanas: con más opinión y debate, y más oxígeno democrático.
Sin embargo, esto último es difícil y complejo: un ejemplo lo vive el principal partido de izquierda de nuestro país que no ha sido capaz de aceptar, por ejemplo, un modo de elección de su principal cabeza ejecutiva en el que participen directamente todos los militantes, y eso que en el país vecino del norte sí se había puesto en práctica, y todo por que esas estructuras que antes cité no quieren dejar de serlo y el voto secreto de mucha gente es muy difícil de controlar. Y se produce una lucha por abrir y cerrar, con intereses múltiples y objeciones variadas, pero que encierra tras de sí un tremendo debate de cuya resolución depende buena parte de la credibilidad de la propia izquierda.

domingo, 26 de febrero de 2012

La brújula de Espartaco

En las calles de Bolonia
Si nombramos a Espartaco nos llega a la memoria un torero o el mismísimo Kirk Douglas. Más cerca del segundo, sin duda, el personaje original. Líder de esclavos en plena República romana que consiguió agrupar a un tremendo ejército contra el enemigo opresor. El pobre hombre quería salir de las fronteras romanas y recuperar la libertad, cuando ya estaba casi salvado le tocó regresar a la lucha (cosas de la presión de grupo) para intentar acabar para siempre con la pesadilla. Nada, acabó luchando de rodillas herido y moribundo, y perdiendo la vida junto a cientos de los suyos.
Claro que no se puede decir que no sirviera para nada su extenuante lucha, al contrario, la pérdida de miles de esclavos, se habla de 100.000, supuso un golpe sin precedentes a la producción económica romana, pero además los amos levantarían el pie de los cuellos esclavos y empezarían a liberar, por miedo más que por caridad y ni mucho menos por convencimiento, a muchos de ellos.
La historia continuó y se siguió adaptando al esquema marxista, pero Espartaco hizo lo que pudo y supongo que fastidiado por el dolor cuando hincaba las rodillas en la Batalla de Río Silario persaría algo así como "pero qué gilipollas que he sido ¡con lo fácil que lo tuve!... pero, bueno, luchar siempre reconforta"
Y en esas estamos, haciendo el papel de Espartacos (o es lo que deberíamos hacer). Algunos dirán que mis afirmaciones se salen de la realidad, que comparar a los ciudadanos y ciudadanas de hoy en día con todos nuestros derechos (y derechas diría yo) con aquellos esclavos romanos es hacer un ejercicio de irresponsabilidad y de ganas de llamar a la subversión. Tampoco me veo yo de rodillas defendiéndome a espadazos, de hecho ya habría alguna delegada gubernamental encargada de que los centuriones actuales me achicharraran a porrazos (todo se andará, todo se andará...). Yo veo en las ideas espadas, lo que ocurre es que hay que combinarlas con calle, mucha calle. Y claro, viendo como funcionan algunos dirán que, aún sin espadas, soy igual y doblemente irresponsable. Lo dirán por lo de la calle y, lo peor, también por las ideas.
Y dirán algunos que ¿quién ve a este, yo, como enemigos? Difusa respuesta porque están en todos los lados esos enemigos, desgraciadamente los tenemos y los hemos tenido muy cerca de nosotros, haciendo trabajos sucios, adormilando a la sociedad y perdiendo una brújula que ahora nos hace falta.
La izquierda debe encontrar su brújula o, mejor, la debemos construir entre todos nosotros: ponerla encima  de la mesa y actuar. Pensemos, trabajemos y actuemos... y, aunque nunca lo hemos tenido fácil, luchar siempre reconforta.