Montaje que plantea el fin de la Monarquía. Al menos deberían preguntarnos. |
La monarquía española ha pasado de estar protegida por los medios de
comunicación a convertirse en diana de críticas por parte de algunos de ellos.
Incluso los más afines hablan de mejorar la transparencia, lo que quiere decir
que entienden que no existe. Vamos que los Borbones que con la Transición
aceptaron la Monarquía Parlamentaria sin tapujos pero que recibieron el regalo
del silencio por responsabilidad, han visto casi definitivamente perder el
privilegio de no tener plumas que pongan en entredicho su papel intocable.
Lo del accidente en Botswana ha sido una gota que colmaba un vaso
repleto de situaciones extrañas, en ocasiones simplemente chocantes, en la vida
de la Familia Real. Rumores sospechosos sobre vida privada del monarca fueron
normales ya desde los 80, yo recuerdo los comentarios sobre sus posibles líos
con actrices o periodistas, obviamente a nadie le debería importar si fueran
verdad, pero tratándose del Rey y de una institución tan tradicional el simple
rumor ya es una anormalidad. Claro que son legión los hombres de posibles, con
familia e hijos, y de estrategias conservadoras que tienen queridas con las que
matan la monotonía sexual de sus vidas. Por lo tanto, si esos rumores fueran
verdad estarían dentro de la normalidad sociológica.
Lo de las bodas reales y sus consecuencias también tiene su aquel. El
espíritu abierto de los españoles siempre afirmará que lo mejor es que uno sea feliz independientemente de la procedencia de la pareja con la que unes tu
vida, y aunque Letizia tenga un pasado con el divorcio de su profesor y primer
esposo, una ambición bastante importante y puede que algún cuadro enseñando las
domingas, mientras Felipe sea feliz no debe ocurrir nada. Vamos que lo que es
una anormalidad en la institución es una normalidad sentimental.
La mayor se casó y se divorció de un señor estrafalario y de rancio,
sobre todo rancio, abolengo. Los diretes populares se cebaron con el duque tras
el incidente que le ocasionó una parálisis parcial del cuerpo, algunos no
achacaban el mal a un simple acto de esfuerzo en el gimnasio y hacían hincapié en
otras actividades más oscuras de un ejecutivo montado en el “dollar” y con
estética del gusto más rebuscado del barrio de Salamanca. Lo que podía ser una
normalidad en el tiempo libre de quien forma parte de una determinada clase
social y otra normalidad del fin de una pareja eran anormalidades en el espíritu
de una familia bien.
La mediana se casó con un jugador de balomnano del Barça e hijo de
simpatizantes del Partido Nacionalista Vasco, hasta ahí simplemente un ejemplo
de bodorrio autonómico mezclado con el braguetazo del siglo. Claro que cuando
se conocen sus actividades financieras y sus posibles actos de corrupción, y su
presencia en los juzgados y que pasó de las órdenes del suegro… nos encontramos
con algo repleto de normalidad en la España de los chorizos pero totalmente
anormal en una institución del estado a la que se le exige transparencia.
Y podríamos seguir con ejemplos y de ellos podríamos sacar diversas
conclusiones: lo que los componentes de la familia borbónica en España hacen
con su vida es totalmente normal en gente de su nivel económico, social o en el
contexto de la sociedad en la que viven, pero esa normalidad no es igual para
quien tiene altas responsabilidades, es visto con lupa (porque la prensa ya no
oculta lo que antes ocultaba) y quien debe ganarse con el ejemplo vital
intachable al personal que le paga. Y todo el mundo tiene que entenderlo, no se
trata de pedir República porque sí, se trata de coherencia con el mundo en el
que se vive y esa coherencia no son solo las normalidades de la vida del día a
día como si fuera un cualquiera, esa coherencia se rompe con cualquiera de las
anormalidades que cada día hemos visto en quien “reina pero no gobierna” y los
suyos.
Es posible que una monarquía sea más barata que muchas de las
repúblicas posibles (gastos de la Presidencia del Estado, convocatoria de
elecciones,…) pero no se trata del valor económico, se trata de la normalidad
democrática y de la confianza de la ciudadanía quien, por cierto, es y debe ser
autónoma para decidir cómo quiere que sea gobernada (no vale acudir al referéndum
constitucional porque todo el mundo es consciente de cómo estaba España hace 34
años). Y esto mismo deberían entender los responsables políticos que defienden
la monarquía recurriendo a la historia ficción y los que callan a sabiendas que
los que les votan se plantean cada día que no es normal tanta anormalidad.